Saber cuánto preocuparse

By Shahriman Lockman (ES), May 10, 2012

En los países en desarrollo, los peligros de la proliferación  y el terrorismo nuclearpueden, a menudo, parecer remotos. En el mundo desarrollado, por el contrario,  estas amenazas se consideran bastante graves. Parte de la razón por la que los dos puntos de vista son tan incompatibles es que el riesgo de proliferación es muy difícil de evaluar.

Hasta las regiones relativamente estables, e incluso los países sin programas de energía nuclear, pueden contribuir a la proliferación. En Malasia, por ejemplo, la amenaza de la proliferación  tuvo por mucho tiempo una baja prioridad. Esto comenzó a cambiar en el año 2004, cuando se descubrió que una empresa de Malasia, que opera como parte de la red A.Q. Khan, había elaborado componentes de centrifugadoras para el régimen libio de Muammar Gadafi. Para prevenir que este tipo de cosas vuelvan  a suceder, Malasia aprobó en 2010 una de las leyes más severas de control de exportaciones en Asia. También, está planeando ratificar el Protocolo Adicional de su acuerdo de salvaguardias en el marco del Tratado de No Proliferación Nuclear, así como  firmar la Convención sobre la Protección Física de Materiales Nucleares y su enmienda del año 2005.

La mayoría de los países en desarrollo, sin embargo, tienden a adoptar un enfoque gradual hacia  amenazas tales como el terrorismo nuclear. Esto es particularmente evidente en el contexto de las agrupaciones regionales como la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ANSEA), donde los países a menudo tienen que operar en el nivel del mínimo común denominador. Aunque la ANSEA ha establecido una zona libre de armamento nuclear en su región, el terrorismo nuclear no ha recibido mucho protagonismo en la agenda de seguridad de la ANSEA, a pesar de que una serie de países del sudeste asiático está contemplando activamente la adopción de la energía nuclear. Esto ha llevado al politólogo filipino  Raymund José G. Quilop a sugerir que los países fuera del Sudeste Asiático “impulsen el proceso” para incrementar la importancia de  la seguridad nuclear dentro de la ANSEA(por ejemplo, en el contexto de eventos regionales como la Cumbre del Sudeste de Asia).

Por supuesto, es en los países desarrollados fuera de la región — países como Estados Unidos y Australia — que la posibilidad del terrorismo nuclear crea una sensación distinta de alarma. Estados Unidos, en particular, ha tratado el terrorismo nuclear como una de las principales preocupaciones desde hace más de tres décadas. En el año 1976, en lo que Micah Zenko del Consejo de Relaciones Exteriores describe como el primer análisis exhaustivo de la CIA sobre terrorismo internacional, la agencia evaluó que “la perspectiva de terroristas con armas nucleares, de hecho, ya no puede ser desestimada.” Los ataques del 11 de septiembre aumentaron considerablemente la ansiedad de Estados Unidos sobre esta amenaza, y el presidente Barack  Obama describió al terrorismo nuclear como  “la amenaza más importante  a la seguridad nacional que enfrentamos”  y “una amenaza que está por encima de  todas en términos de urgencia.”

¿La amenaza del terrorismo nuclear merece un  temor tan intenso? Creo que no. Pero tampoco puede ser tomada a la ligera. Con seguridad, los aspirantes a terroristas nucleares se enfrentarían a grandes obstáculos técnicos y logísticos, mientras buscan desarrollar la capacidad para detonar un dispositivo nuclear improvisado. Sin embargo, hay incertidumbre respecto a la seguridad de las reservas mundiales de material fisionable. Como el físico nuclear estadounidense  Peter D. Zimmerman ha señalado, “no es posible asegurar al mundo que no ha habido ningún robo de material fisionable, o que cualquier intento  como ese será detectado con la suficiente rapidez para evitar que  ese material se convierta en un dispositivo nuclear.”

En tal ambiente, los países en desarrollo deben tomar con mayor seriedad la amenaza de la proliferación nuclear y el terrorismo nuclear. Esto se aplica especialmente a aquellos países que están considerando la adopción de la energía nuclear. Tales países, si no demuestran un verdadero compromiso con la no proliferación y seguridad nuclear, no deberían sorprenderse si la comunidad internacional expresa sus dudas acerca de su voluntad y capacidad para reducir al mínimo las amenazas nucleares.

Por lo tanto, no estoy de acuerdo con  P. R. Kumaraswamy  de que la energía nuclear  siempre pueda ser considerada como “otra opción de  energía.” Al mismo tiempo, los países desarrollados deben dejar de describir en términos alarmistas los riesgos de seguridad asociados con los programas de energía nuclear. Nada socava más los planteamientos serios para la no proliferación y seguridad nuclear  que la exageración de las amenazas y, además,  tal exageración puede causar que algunos en el mundo en desarrollo, cuestionen los motivos de aquellos  que  hacen las advertencias. Por el bien de todos los interesados, las evaluaciones de riesgos de seguridad deben esforzarse para mantener un equilibrio delicado.



 

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